Desde lo lejos te vi y todas las dudas desaparecieron de inmediato. La búsqueda llegó a su fin.
Aunque en aquella época mi existencia no estaba regida por el mismo concepto del tiempo que tu tienes, fue mucho el tiempo que anduve añorando tu presencia. Y, aunque tenía la certeza de que te encontraría, la espera se me hizo eterna. En aquella infinidad, donde todo es cierto y la conciencia universal, quería ser alguien diferente y descubrir las imperfecciones del amor. Por eso te buscaba y sabía que, en tu inconsiente, tu también esperabas nuestro encuentro.
Varias veces lo intentaste, pero algo te detuvo en el último momento. Tu y yo sabemos que así debió haber sido. Yo también tenía dudas, no sabía como presentarme ante ti. Confiaba en que me aceptases como llegara, pero quería causar mi mejor impresión. Es que en ocasiones nos dejamos llevar por las apariencias. Pero me entregué a mi intento y actué con decisión. Un día llegué ante ti y tu rostro, pleno de alegría, me indicó que mis esfuerzos fueron los indicados.
Recuerdo ese día. Tu ya lo sospechabas, pero te morías de las ganas de verificarlo, así que me miraste a los ojos en ese pequeño lugar en donde nos encontrábamos a solas y, en silencio, hiciste la pregunta. Y yo te dije "¡Si!". Y saliste de allí radiante y con ganas de gritarlo al mundo, pero las cosas no eran tan sencillas ni las circunstancias las indicadas.
Finalmente nos encontramos. No te imaginas lo feliz que me hace el sentir todo ese amor que nos tenemos y lo orgullosa que estoy de ser tu hija, mamá.