En ciertos momentos de la vida, sobre todo en aquellas ocasiones en que el calor abruma los sentidos, uno ve como el tiempo, implacable enemigo de las ilusiones, ha horadado y oxidado nuestro destino.
Recuerdo cuando joven la feliz incertidumbre de mi existencia. Nada me importaba. ¡Hermosos recuerdos!
Ahora, decrépito y derruido, el árbol que me vio nacer vive sus últimos momentos. Y al igual que el, mis vetustos ropajes albergan un envejecido cuerpo, decrépito y derruido. Pero ese árbol y este cuerpo, agobiados por la fatigante existencia, no son sino el vehículo de algo más supremo y eterno, algo perenne que al morir transmutará y seguirá existiendo. Hoy, por vez primera, me alegro de conocer mi futuro, mi felicidad será no dejar de ser.