Sus pertenencias se reducían a lo que llevaba encima: su ropa, una maleta negra llena de recuerdos sin valor, y una cajita con dulces, cigarrillos y fósforos.
Caminó hacia un costado de la calle donde, con cierta confianza, saludó a un par de hombres vestidos de overol. Ellos sacaron de la cajita un par de cigarros y le dieron unas cuantas monedas. El sonreía mientras intercambiaba algunas palabras con los dos trabajadores, pero esa era una risa triste, hundida por el peso de la derrota.
Sus rasgos finos y esa intención de orgullo que se dibujaba en su rostro, tal vez podrían llegar a revelar un poco de una exitosa historia. Pero su caminar lento, como sin esperanzas, lo hacía ver como otro más de los perdedores de la vida.
La insulsa recompensa de las monedas recibidas apenas era un minúsculo paso al inicio de este nuevo día.
Unos papeles que llevaba en su mano izquierda volaron un corto trecho. Como sin ganas los siguió y como pudo los recogió del suelo evitando estropearlos en el acto. Representaban unos centavos más si los podía vender.
La gente que esperaba en las puertas del teatro poco a poco fue desapareciendo en su interior. De nuevo la calle quedó vacía. El se sentó unos momentos en la acera. Examinó en sus bolsillos. El día comenzaba con 500 pesos.