Se acercó hacia mi como quien no quiere la cosa. Con mucho disimulo logró hacerse a mi lado. Yo sentía que me observaban por encima del hombro, como cuando uno trata de ojear las noticias en el diario que va leyendo el pasajero de enfrente.
Giré mi cabeza en un rápido y seco movimiento, como para tratar de sorprenderla, pero ya no estaba allí. Al volver a mi cuaderno la vi sentada en frente mio, silenciosa, inmutable.
Alguna vez me la habían presentado. Fue saliendo de misa; el señor serio, como yo le decía al sacerdote de la iglesia, un día nos reunió a mi y a otros cinco niños y nos contó una historia que nunca entendí, y al final le hizo un gesto a una señora que estaba cerca, y que de manera muy tosca nos dijo su nombre.
Y ahora la tengo de nuevo mirándome de frente. Igualita que en ese entonces. Todos me han dicho que ella es muy importante, tanto que hasta hay instituciones del estado que se dedican solo a ella. Pero a mi me parece solo alguien del común, y la verdad que poco me interesan sus asuntos.
Ahora me habla, con un tono de reproche que no me lo aguanto. Me está juzgando sin siquiera conocerme, me dice cosas que nadie más que yo sabía, y algo muy profundo se retuerce en mi interior. No me gusta. Me está invadiendo la culpa.