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Inmóvil

21 de octubre de 2000

Ayer la volví a ver pasar frente a mi, ida en sus pensamientos, desnuda en sus ideas. Caminaba lentamente por la acera mirando todo, observando nada.

Yo la veía queriendo tocarla, deseando abrazarla, soñando con besarla.

Pero mi duro corazón no dejaba que mi ser la alcanzara. Mi rostro blanquecino y algo cuarteado no musitaba gesto alguno, y mis ropas, algo sucias por el pasar del tiempo, ya no se movían a pesar del ventoso amor.

Me enamoré de aquella mujer sin nombre, secretaria de algún despacho aledaño, me enamoré de nuevo, yo, la estatua de Simón Bolívar.

Manuel Herrera López
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