Azul, pacífico instante de inspiración infinita. Azul, lúcido momento de mi alma, impulso divino de creación, invocador de otros mundos, puente al intento cósmico, el maravilloso acontecer.
Como en sus mejores días, hoy, mucho tiempo después (¿después de qué?), de nuevo su mano se desplaza uniformemente en el papel, transcribiendo sus ideas más sublimes con una hermosa caligrafía y un aún más bello léxico. De nuevo todo su ser se estremece, la vida circunda su cabello, la claridad mental de nuevo lo posee. Tras un largo letargo, el más prolongado estado de hibernación espiritual en el que se hubiese sumido, la conciencia de nuevo se acrecienta y su vida abre de nuevo los ojos.
Azul fue el motor de su renovación. Creyéndose feliz en su estúpido sueño, un deliberado acto ajeno, algo alejado a su voluntad, despertó su evocador poder de la realidad.
No creyéndolo cierto, meditó por unos días tan extraño hecho, pero pudieron más sus inusuales sentimientos. Y fue azul el inicio de su nueva vida, magno color delicadamente depositado en su retina.
Un día ella llegó, y con un mechón azul en su cabello me cautivó.