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Duelo Para Tres

06 de mayo de 1999

Era muy claro su objetivo, en su vida ninguna otra idea había surcado se cerebro. Y justamente hoy finalizó su arduo entrenamiento para afrontar el reto final de su existencia. Un largo camino lo llevó a superar las barreras humanas más allá de lo creíble.

La sombra de su cuerpo se diluye en el pavimento mientras baja por esa amplia vía (esas imágenes me provocan cierto sentimiento de angustia), indefenso ante la luz, se detiene y observa el lento andar de las horas previas al encuentro. El sol flaquea ante el incesante giro de la tierra y en fiera lucha lanza sus últimos resplandores, rojizos como el color del metal oxidado, como aquel metal que algún día fuese su armadura y hoy solo sea un despojo más en el desván. Se destiñe el cielo; procurando hacerlo con cautela acalla los últimos matices con un color púrpura, el apacible color de la muerte. Se acerca el momento. Repasando una y otra vez todos los movimientos mata el tiempo que lo separa de su destino. ¿Será su destino? ¿o tal vez sea solo un desatino? Ya se ha visto al hombre sucumbir tras lo que para el fuera su inminente gloria finiquitado por un infantil lance de espada, sí, resultó ser el destino, un destino cruel...

El bello atardecer le recordó su primer día. Las nubes dibujaban en el cielo un sendero infinito por recorrer con un estúpido tesoro al final. Igual que yo el no lo sabía y emprendió aquel poco comprensible viaje con la inagotable calma que siempre nos ha caracterizado. Aunque parezca firme y seguro el tránsito por la vida, este no deja de ser más que una ilusión, un suave vaho de existencia rápidamente disipado por el inefable momento cósmico, pero ese impulso vital es tan poderoso que pronto acalla cualquier duda divina. Pronto el lo comprendió y vio, con inmensa alegría, como se descorría el velo de su infalible destino, amplio, generoso, hermoso...

Ahora el me observa; como yo, sabe que este es el momento cumbre, nada ni nadie lo podrá impedir. Ella nos mira como diciendo no, pero la duda la corroe, a pesar de su siempre racional sentir trazos de frustración por una vida incompleta la obligan a verme como una difusa esperanza, un pequeño punto que llenase su corazón. Pero el, fuerte y experto no duda siquiera un instante en mi próxima decapitación. Como el, yo hallé el secreto al final del camino, tan ínfimo y de lejos despreciable pero tan rojo y conmovedor que pronto flaqueé ante su ímpetu y de rodillas jurele lealtad a su poder. Eso es el amor. Pero la lid aun continúa, y yo (como siempre) caigo derrotado por mi miedo y cobardía de ser herido, no por el arma de mi rival, sino por el simple desprecio de la dama. Su rostro me entristece, y mientras me desplomo comprendo (ya muy tarde) que ella en algún momento sintió algo por mi. Ahora mi cuerpo se diluye en el pavimento mientras mi sombra se va por siempre entrelazada con la de ella, feliz por su destino.

Manuel Herrera López
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